El papalote

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Por Sergio A. Amaya S.

Es una tarde relativamente fresca en la playa de la Bahía de Santa Lucía. El viejo muelle, casi olvidado, se recorta a la derecha, al fondo, la llamada “Punta del elefante”, con sus construcciones que parecen encimadas. La bocana, en apariencia cerrada por “La roqueta”.

A la izquierda se yerguen los grandes hoteles; en la costa del frente, al otro lado de la bahía, los conjuntos de vivienda de las clases pudientes. En esta playa, es lugar de pescadores; en la noche se miran las lámparas de la lanchas como luciérnagas sobre las ondulaciones del mar. Muy de mañana, los pescadores vuelven a tierra y empiezan a jalar las redes por medio de cuerdas interminables. Con suerte, la pesca será buena y podrán obtener lo suficiente para el gasto del día y el pago de los insumos empleados en la labor. Esto ha sido igual para padres e hijos, sin esperanza de cambio.

El niño, recostado en las dunas, mirando el cielo vespertino, con esas nubes que avanzan hacia algún lugar remoto y desconocido. El chico piensa ¿serán las mismas nubes que vi ayer? ¿Cuánto tiempo tardarán en darle la vuelta al mundo? La tarde avanza y el viento arrecia. El muchacho se levanta y va a la sombra de una palmera, donde tiene atado un papalote de color rojo. Esa misma mañana lo había construido y estaba presto a probarlo; le había hecho una larga cola con trozos de tela vieja y disponía de una buena cuerda. Lo desató y sintió luego el tirón del viento, se dio cuenta que el papalote tenía vida.

En su pueblo, a ese juguete le llaman “culebrina”, sabe que en otras partes les nombran “cometas”, pero él prefiere llamarle “papalote”, pues su padre le dijo alguna vez que esa palabra se deriva de la voz nahuatl papalotl, que quiere decir mariposa.

Ya preparado, lo expone al viento y el juguete se eleva majestuoso, juguetón según las corrientes de aire que lo impulsen…. Y se eleva…., se eleva hasta tocar las nubes, cuando ya es solo un punto en el cielo azul, el niño sabe que está volando, pues siente la tirantez de la cuerda.

Una pandilla de chiquillos amigos de él, se reúnen a su alrededor y uno a uno van probando la fuerza del papalote. Unos ríen divertidos, en tanto que otros hacen gestos de asombro, pues ya no ven el rojo juguete, pero sí lo sienten.

De pronto la cuerda se vuelve fláccida y el niño la enrolla con rapidez, tratando de recuperar su juguete, pero es en vano, el papalote se ha ido. Las caritas de los niños reflejan la tristeza por el bien perdido; pero el dueño del papalote no llora, mira con orgullo hacia el cielo infinito pensando: “El papalote ha recuperado su forma original, ahora es una mariposa que vuela a encontrarse con su familia, vuela hacia donde el viento la lleva. Aquí estaré todos los días, pues, cuando las nubes terminen de volar alrededor del mundo, la mariposa roja volverá a mi”

Desde entonces y de eso ya han pasado varios años, el niño, ahora un joven pescador, llega por la tarde y se acuesta en la arena a mirar el cielo azul, sin perder la esperanza de, un día, ver el regreso de su papalote, o culebrina, como le llaman en mi pueblo.

La tarde va declinando y es hora de hacerse a la mar, en busca del diario sustento, como hizo su abuelo, como lo hizo su padre y como lo harán sus hijos.

Julio 18 de 2010 - Ciudad Juárez, Chih.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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