De la corrupción...

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Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz


Sería ocioso, a estas alturas de los acontecimientos negativos que nos abruman, como pueblo, como país, como nación, enumerarlos o mencionarlos, habida cuenta de que nos son harto conocidos, ad nauseam.

El quid ya no lo es describirlos, relatarlos, comentarlos ni tampoco quejarnos, lamentarnos, culparnos, acusarnos, recriminarnos o, en el mejor de los casos, criticarlos.

Lo relevante, lo trascendental, lo verdaderamente enriquecedor será el responsabilizarnos, en la medida de cada uno de nosotros, tanto en la proporción de nuestra participación en los males que nos aquejan, así como en nuestra aportación, responsable, a su eliminación o, en el peor de los casos, a su disminución. No con paliativos, ni con la verborrea de los “grillos” (sedicentes políticos) sino con propuestas efectivas, de fondo, que vayan de la mano con una acción conjunta de gobernantes y gobernados a partir de auténticas políticas públicas con visión de estado, basados en un amplísimo sentido de solidaridad y responsabilidad social, obviamente en el marco jurídico idóneo, propio de un sistema lo mas cercano a una verdadera democracia, entendida en el sentido occidental del término.

Al respecto, es innegable que una de las principales causas y origen de todos estos males, es la corrupción, entendida ésta no solo como acción y efecto de corromper, sino atendiendo a este término, el de corromper, como alterar, echar a perder, pudrir, así como figurativamente, viciar, pervertir, vamos, sobornar, cohechar, verbos todos estos con carta de naturalización en nuestro país a raíz de la conquista española, no olvidemos los altísimos grados de corrupción a que se llegó con ellos, partiendo del inicio cuando el primer juicio de residencia que se radicó en América fue a Hernán Cortés por pillo, sin perjuicio del gran contrabando que se propició con el comercio de la llamada Nao de China o el Galeón de Manila, así como la que produjo la venta de puestos públicos en la Nueva España y cuyos titulares cometían las mas grandes pillerías para recuperar su “ inversión”, por mencionar algunos de muestra. Ejemplos abundan, no digamos la corrupción durante el Porfiriato, así como la de los regímenes “ revolucionarios” cuyas maniobras corruptas propiciaron el reclamo popular a tal grado que se tuvieron que promulgar leyes (federal y estatales) acerca de la responsabilidad de los servidores públicos, así como el aumento de sanciones a los gobernados por estas causas en los códigos penales, todo lo cual resulta inútil y nugatorio si se siguen dando los altos grados de impunidad, la que resulta aquí, concomitante a la corrupción la cual sigue viento en popa aún en el cambio de partido en el poder, y qué decir del cinismo aledaño que propicia expresiones como: “ un político pobre, es un pobre político” y lo grave es que el infelizaje (de todos los niveles sociopolíticoeconómicoculturales ) lo aprueba a pié juntillas, como un dogma o un imperativo categórico. ¡Me doy!

No es aumentando las penas o las sanciones como se va a abatir el problema de la corrupción. No es aumentando el poderío de las fuerzas del orden en su número, en su grado de competencia o su potencial en armamento, no es trayendo del extranjero corporaciones policíacas ni militares a México para combatir a la criminalidad galopante que nos abruma, nos acosa, nos paraliza y lo peor, nos recluta a nuestra juventud para delinquir por la falta de oportunidades que no les damos.

Las vertientes del problema son múltiples y nada sencillas, pero debemos enfocarnos en dos fundamentales: en la educación y en el empleo, de las cuales se desprenden todas las demás.

En efecto, de la educación nacen el cultivo de la mente y del espíritu, el aprendizaje y praxis de los valores, la conciencia particular y colectiva de nuestra condición humana y toda la valía que ésta conlleva, nada menos que a la realización de nuestros fines en el ejercicio pleno de la libertad, bajo el imperio insoslayable de le ley.

Y del empleo, la generación de ingresos que, en el ciclo económico implica aumento en la cantidad y calidad de la producción, la circulación de la riqueza, la invitación a la inversión extranjera y nacional, el cultivo del agro, la producción y enriquecimiento de los insumos para nuestra mejor calidad de vida, en la salud, en la recreación, en el estudio, en la consecución perenne de la felicidad.

Y para ello se necesitan líderes, que por hoy escasean, lo que nos permite recordar a Gandhi al decir: “cuando el pueblo marca el camino, los líderes lo siguen”. Ergo, hay que responsabilizarse como ciudadanos y cooperar con ello. O usted, convencido lector, ¿Qué opina?



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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