El Puente

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Por Sergio A. Amaya Santamaría


Era a finales del siglo XIX, la ciudad de Guanajuato gozaba de una riqueza que iba en decadencia, pues las otrora florecientes minas de oro y plata, se agotaban irremediablemente.

La ciudad disfrutaba de la modernidad del alumbrado público con gas, excepto en el cercano poblado de Tepetapa, donde a partir del ocaso del sol, las calles se tornaban sombrías y peligrosas; el viejo puente de piedra, bajo el cual corrían las aguas de un traicionero arroyo, era refugio de pordioseros, vagabundos y perdularios. Muy temprano cruzaban los carromatos cargados de mercancía, generalmente hortalizas, que se venderían en el recién estrenado mercado Municipal, obra costosa y elegante que Don Porfirio había inaugurado hacía poco, pero para los verduleros poco o nada significaba en sus vidas.

Casimiro era un viejo que sobrevivía arrastrando un carromato de mano cargado de lechugas y rábanos a cambio de unas cuantas monedas y un rincón donde echar un jergón pulguiento. Las viejas beatas procuraban no cruzar por el puente al caer la noche, pues se decía que el demonio, en forma de una bella mujer, rondaba por esos sitios, en espera de almas cándidas que llevar a sus dominios. Casimiro no hacía caso de tales consejas, no es que fuera muy valiente, pero ya estaba cansado de esa vida solitaria y vacía; sus seres amados hacía ya tiempo que se habían marchado, Micaela, su mujer y compañera de toda la vida, tenía mas del año que un día había amanecido muerta a su lado. Sus hijos, ingratos…. Un buen día se cansaron de la vida miserable que llevaban en el pueblo y se habían marchado, solo Dios sabría a dónde, nunca mas volvieron, ni siquiera enviaron un recado para saber que se encontraban bien. ¡A qué pues vivir! ¿A quien esperar?, ¿Quién le esperaría con una sopa caliente al volver por la noche?

En esos pensamientos venía el viejo, empujando el carromato al final del día, ya era tarde, el nuevo alumbrado de gas rompía las tinieblas del pueblo, pero al llegar a Las Crucitas empezaba nuevamente la obscuridad. Hombre acostumbrado a ello, Casimiro no tenía problemas para seguir el camino correcto. La calle se encontraba completamente sola, algún perro ladraba solitario, solamente se escuchaba el rebotar de las ruedas del carromato sobre el empedrado de la calle; el hombre se santiguó frente a la capilla quitándose el gastado sombrero y siguió adelante. En algún momento sintió un viento frío que le sopló en la nuca, se estremeció, pero no dio importancia, pues es común que al caer el sol los vientos tiendan a enfriarse. De pronto, frente a él apareció la mujer, brillante y vestida de blanco, parecía flotar sobre el empedrado; su rostro era hermoso y su cuerpo incitante, aunque hacía tiempo que el demonio de la lujuria había abandonado el viejo cuerpo de Casimiro.

—¿A dónde te diriges, buen hombre?, preguntó la mujer.

—A donde mi Dios me llame, señora, respondió sin levantar la vista.

—¿Sabes que es peligroso andar por estos caminos por la noche?

—La vida toda es peligrosa y por alguna razón mi Dios me ha mantenido durante tantos años.

—¿Será que eres muy valiente?

—Mas bien es que soy muy viejo, señora y si algo me ocurre, santo y bueno; así lo tendrá dispuesto mi Dios y ¡hala, a un lado que tengo prisa!

—Además de viejo, eres insolente, ¿sabes que te puedo llevar al infierno?

—Mas bien sería sacarme de él, lo que te agradecería.

La mujer quedó desconcertada por la respuesta y pensó: «Pues sí que tiene razón el viejo, la vida que lleva ya es un infierno, mejor que siga en él»

—Tienes razón, viejo, sigue adelante, hasta que tu Dios te libre de tu infierno.

Casimiro ya casi ni escuchó lo último que le dijo la mujer, siguió empujando su carromato y salió del puente de piedra y siguió su camino, perdiéndose en las sombras del pueblo.


Junio 5 de 2011 - Ciudad Juárez, Chihuahua.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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