Desechos de guerra

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Por Sergio A. Amaya Santamaría


Allá por aquellos años de la guerra de Corea, era frecuente encontrarse en las calles con excombatientes lisiados; algunos heridos del cuerpo, otros lesionados en la mente, todos minusválidos del alma. Tenían el alma rota de ver tanta destrucción y tantas vidas truncadas, al igual que ellos, eran hijos, nietos, padres, hermanos, novios o esposos; unos profesionistas, oficinistas u obreros otros, pero todos entrenados para lo mismo: para matar.

La pandilla de chamacos le rodeaba y la guerra se les figuraba una aventura heroica y siempre estaban a la caza de algún repatriado que les relatara sus aventuras. De los primeros que volvieron, se recuerda a un hombre manco, le faltaba el brazo izquierdo desde la axila, según relataba los primeros días, su pelotón fue sorprendido por francotiradores en una aldea perdida en la selva; en cierto momento, sintió un golpe en el brazo y cayó de espaldas, no le dolía nada pero sabía que había sido herido, el encargado de sanidad del pelotón se arrastró hasta llegar a su lado y le puso una inyección de morfina y le taponó la herida con gasa y algodón, en cuanto fue posible lo trasladaron a un hospital de campaña y luego de una convalecencia de dos semanas, fue repatriado.

Hasta ahí, sería una historia común, con cientos o miles de hombres de vidas destrozadas. Este hombre era soltero, pero había dejado novia antes de partir a la guerra; al volver, la relación se fue enfriando de a poco, hasta llegar al rompimiento. El muchacho, sin empleo, vagaba solitario por el pueblo; en los días de frío, envuelto en su viejo abrigo militar y una gorra de beisbol de los Yankis. En algún momento empezó a quejarse de dolores en el brazo izquierdo, sentía que se le adormecían los dedos y un dolor intenso le iba subiendo hasta llegar al hombro. Algunos lo escuchaban sonrientes, volteando el rostro para que no vieran las sonrisas burlonas; otros lo escuchaban con conmiseración y luego se alejaban de él. Solo había un viejo, tan anciano que parecía que siempre había estado en el pueblo, pues los abuelos lo recordaban ya como un hombre mayor. Este hombre lo escuchaba y hablaba con él, hasta que el dolor de su brazo remitía. Le hablaba del alma, del dolor de su alma al haber visto tantos hechos violentos. Su hablar era mesurado, su voz profunda y cálida, lo iba llevando a un estado de hipnosis y lo llevaba a revivir esos tristes momentos, pidiéndole que los dejara allá, en el pasado, ahora ya no le podían hacer daño. Lego lo iba llevando al momento de su herida, le pedía que viera su cuerpo ensangrentado y la ausencia de dolor al recibir la inyección de morfina. En ese estado, le pedía que observara cómo los médicos le retiraban los restos de su brazo y le hacía comprender la pérdida y la aceptación de ella, por lo tanto, en su vida actual ya no había dolor.

Este proceso se repitió varias veces y la mejoría se fue haciendo notar. El muchacho dejó de vagar, se aseó debidamente y se propuso terminar sus estudios, luego fue a la Universidad y realizó estudios de Leyes en una prestigiosa Universidad, aprovechando las becas que otorgaban a excombatientes heridos en combate. Cuando terminó exitosamente sus estudios, volvió al pueblo. Seguía siendo el mismo manco, pero ahora vestía un sencillo traje, con camisa y corbata y tenía un despacho abierto, donde atendía sin costo a excombatientes, ahora vueltos de Viet Nam.

Del viejo no se supo más, pero algunos aseguran que lo han encontrado en otros pueblos, ayudando a personas con problemas similares a los del Abogado. Mas adelante, el hombre manco se casó con una buena mujer, a la que no le importa que la abrace con un solo brazo, pero sabe bien que lo hago con el alma. Pertenece también a una asociación de pacifistas que pugnan porque no se siga promoviendo la guerra. Si quieres unirte al movimiento, te recibo con un abrazo, si no te importa que lo haga solamente con un brazo.

Agosto 26 de 2011 - Ciudad Juárez, Chih.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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