Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz
El retropróximo 15 de Agosto pasó a una nueva vida Doña Dolores Ortiz Ávila, mi madre, a los 98 años de edad.
Durante ese lapso se ha ido configurando su imagen de una manera mas definida, ausente ésta de los impactos emocionales, del sentimiento momentáneo, pero no por ello menos profundo, de la pérdida que, finalmente, deviene en una conciencia de seguridad en la sola transformación de este vehículo que es el cuerpo físico, para adquirir conciencia en otra u otras dimensiones u ópticas distintas.
Y esa imagen más nítida, mas clara, mas precisa, sin los altibajos emocionales del caso, aunque inevitables, ya nos reporta un perfil más acabado, mas objetivo, más cercano a su realidad.
Su sola presencia emanaba un aire de dignidad, sin petulancia de ninguna especie, así como un aire de bondad, de un aire de paz, aunado a su carácter de una dulzura extraordinaria y a fuer Nadie quien haya tenido el privilegio de haberla tratado o conocido, podrá negar que de ser sinceros, la contagiaba suave y sutilmente, creando una sensación de bienestar y de tranquilidad a quien estuviera compartiendo con ella la charla, las anécdotas, la tertulia en casa, en el momento idóneo del disfrute de un piscolabis, ya que su generosidad era tradicional y harto conocida, así como su solidaridad para con el desvalido y su ejercicio de la caridad cristiana dentro de su catolicismo del cual no fue solo creyente, sino practicante, como era la praxis en sus tiempos, pero sin caer en los excesos del fanatismo.
Y ya en esta nitidez en la percepción de su auténtica personalidad, surgen los recuerdos de sus relatos, de sus anécdotas, de sus vivencias, las cuales en los últimos tiempos, recordaba con mas vehemencia y constancia, cuando nos hacía partícipes de sus momentos mas felices y dejando en segundo término aquellos que no lo fueron tanto, como es natural en toda vida humana.
Doña Dolores tuvo una infancia muy feliz, lo que explica la bondad y dulzura de su personalidad. Baste mencionar que fue la menor de 4 hermanas y un hermano, siendo ella la sexta en la aparición familiar y, por ende, la más consentida, sin que por ello se hiciera vacua o frívola. Su padre, Don Sebastián Ortiz Pumera, español de origen, trabajaba como administrador de haciendas cañeras en la zona azucarera de los estados de Morelos y Puebla y después tuvo la suya propia. Ella recordaba que le daban de domingo una moneda de 5 pesos oro que guardaba en su alcancía de cochinito, pues no gastaba en nada; también sus paseos que le gustaban mucho en su pony que le obsequiaron, al efecto.
De sorpresa para nosotros fue el relato de que el mozo de estribo de sus hermanas era nada menos que Emiliano Zapata el cual pidió a su papá (mi abuelo) y se le concedió, que su hermana Josefina, la segunda mayor de ellas, fuera la madrina de un hijo de Zapata y era tan pequeña que tuvieron que cargarla pare que alcanzara los menesteres del ritual. A pesar de trabajar con hacendados y, en su momento, haber sido uno de ellos, su padre era querido y respetado por todos, prueba de ello es que durante la Revolución y ya estando viviendo en Puebla, cuando los zapatistas tomaron la plaza, detuvieron a los españoles y gente muy principal y los tuvieron en la plaza de toros esperando el pago de los rescates que pidieron por ellos a sus familias. Su hermana Josefina fue puesta al tanto del suceso y no dudó en ir a ver al general Zapata, quien al enterarse de quien lo requería, de inmediato salió diciendo: -niña Josefina, ¿qué anda haciendo por aquí? y habiéndole relatado el suceso y sabiendo quien era el general que estaba al frente del operativo, personalmente el general Zapata se dirigió en su automóvil, con su hermana Josefina, y rescató de inmediato a Don Sebastián, lo que evidencia su bonhomía en su trato para con sus trabajadores.
Estos relatos y otros mas como que su padre ganó una medalla de bronce en la Exposición de París, en la belle epoque, por la calidad de su azúcar, reflejan el entorno en que se crió y luego la vivencia de la experiencia intensa con el abogado, muy prestigiado, con el que se casó, a pesar de haber dicho durante su soltería que ella nunca se iba a casar con un abogado.
Engendró cuatro hijos, 5 nietos y 4 bisnietos quienes con el corazón en la mano le recordarán siempre manteniendo incólume su recuerdo de amor inconmensurable y su ejemplo de bondad, dulzura y verticalidad. ¡Descanse en paz! O usted, solidario lector, ¿qué opina?
IN MEMORIAM.
El retropróximo 15 de Agosto pasó a una nueva vida Doña Dolores Ortiz Ávila, mi madre, a los 98 años de edad.
Durante ese lapso se ha ido configurando su imagen de una manera mas definida, ausente ésta de los impactos emocionales, del sentimiento momentáneo, pero no por ello menos profundo, de la pérdida que, finalmente, deviene en una conciencia de seguridad en la sola transformación de este vehículo que es el cuerpo físico, para adquirir conciencia en otra u otras dimensiones u ópticas distintas.
Y esa imagen más nítida, mas clara, mas precisa, sin los altibajos emocionales del caso, aunque inevitables, ya nos reporta un perfil más acabado, mas objetivo, más cercano a su realidad.
Su sola presencia emanaba un aire de dignidad, sin petulancia de ninguna especie, así como un aire de bondad, de un aire de paz, aunado a su carácter de una dulzura extraordinaria y a fuer Nadie quien haya tenido el privilegio de haberla tratado o conocido, podrá negar que de ser sinceros, la contagiaba suave y sutilmente, creando una sensación de bienestar y de tranquilidad a quien estuviera compartiendo con ella la charla, las anécdotas, la tertulia en casa, en el momento idóneo del disfrute de un piscolabis, ya que su generosidad era tradicional y harto conocida, así como su solidaridad para con el desvalido y su ejercicio de la caridad cristiana dentro de su catolicismo del cual no fue solo creyente, sino practicante, como era la praxis en sus tiempos, pero sin caer en los excesos del fanatismo.
Y ya en esta nitidez en la percepción de su auténtica personalidad, surgen los recuerdos de sus relatos, de sus anécdotas, de sus vivencias, las cuales en los últimos tiempos, recordaba con mas vehemencia y constancia, cuando nos hacía partícipes de sus momentos mas felices y dejando en segundo término aquellos que no lo fueron tanto, como es natural en toda vida humana.
Doña Dolores tuvo una infancia muy feliz, lo que explica la bondad y dulzura de su personalidad. Baste mencionar que fue la menor de 4 hermanas y un hermano, siendo ella la sexta en la aparición familiar y, por ende, la más consentida, sin que por ello se hiciera vacua o frívola. Su padre, Don Sebastián Ortiz Pumera, español de origen, trabajaba como administrador de haciendas cañeras en la zona azucarera de los estados de Morelos y Puebla y después tuvo la suya propia. Ella recordaba que le daban de domingo una moneda de 5 pesos oro que guardaba en su alcancía de cochinito, pues no gastaba en nada; también sus paseos que le gustaban mucho en su pony que le obsequiaron, al efecto.
De sorpresa para nosotros fue el relato de que el mozo de estribo de sus hermanas era nada menos que Emiliano Zapata el cual pidió a su papá (mi abuelo) y se le concedió, que su hermana Josefina, la segunda mayor de ellas, fuera la madrina de un hijo de Zapata y era tan pequeña que tuvieron que cargarla pare que alcanzara los menesteres del ritual. A pesar de trabajar con hacendados y, en su momento, haber sido uno de ellos, su padre era querido y respetado por todos, prueba de ello es que durante la Revolución y ya estando viviendo en Puebla, cuando los zapatistas tomaron la plaza, detuvieron a los españoles y gente muy principal y los tuvieron en la plaza de toros esperando el pago de los rescates que pidieron por ellos a sus familias. Su hermana Josefina fue puesta al tanto del suceso y no dudó en ir a ver al general Zapata, quien al enterarse de quien lo requería, de inmediato salió diciendo: -niña Josefina, ¿qué anda haciendo por aquí? y habiéndole relatado el suceso y sabiendo quien era el general que estaba al frente del operativo, personalmente el general Zapata se dirigió en su automóvil, con su hermana Josefina, y rescató de inmediato a Don Sebastián, lo que evidencia su bonhomía en su trato para con sus trabajadores.
Estos relatos y otros mas como que su padre ganó una medalla de bronce en la Exposición de París, en la belle epoque, por la calidad de su azúcar, reflejan el entorno en que se crió y luego la vivencia de la experiencia intensa con el abogado, muy prestigiado, con el que se casó, a pesar de haber dicho durante su soltería que ella nunca se iba a casar con un abogado.
Engendró cuatro hijos, 5 nietos y 4 bisnietos quienes con el corazón en la mano le recordarán siempre manteniendo incólume su recuerdo de amor inconmensurable y su ejemplo de bondad, dulzura y verticalidad. ¡Descanse en paz! O usted, solidario lector, ¿qué opina?
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