De la certidumbre...

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Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz


Antiguamente la palabra dada y si se trataba en aras del honor, valía y se consideraba como una frase lapidaria, que daba certidumbre a las personas que recibían esa garantía, sobre todo viniendo de personas honorables, decentes y de gran aceptación en su grupo o en su localidad. Vamos, se hacía y se tenía fama pública al respecto y esa certidumbre o certeza la entendemos como el conocimiento seguro, claro y evidente de las cosas.

De esta suerte cuando alguien daba su palabra de honor para evidenciar que se comprometía a hacer o dar algo, encajaba adecuadamente en los elementos clásicos de las obligaciones que desde el derecho romano nos decían: do ut dest, do ut facias, facia ut dest, facia ut facias, o sea doy para que des, doy para que hagas, hago para que des, hago para que hagas, con lo cual se entendía la obligatoriedad correspondiente.

En la actualidad es muy raro encontrar personas que se comprometan a algo y que con su simple compromiso de palabra cumplan lo ofrecido, lo cual nos lleva a ver simplemente en los tribunales la cantidad de asuntos que se llevan para que por la vía jurisdiccional la gente cumpla con lo ofrecido, dándose casos verdaderamente vergonzosos de gente que tiene que ser emplazada a juicio para que se lleve al cabo dicho cumplimiento, dando verdadera pena ajena, por ejemplo, saber de juicios de alimentos en los juzgados de lo familiar para obliga r a los padres irresponsables a proporcionar el derecho de alimentos que les corresponden a sus vástagos y luego, todavía se atreven a negar su paternidad alegando que el menor, en su caso, no es su hijo, aun cuando el pobre infante es igualito , con los mismos pelitos parados del desobligado.

Y este fenómeno de la falta de certidumbre en cuanto a las promesas y ofrecimientos que se dan, ahora en plena efervescencia de las campañas electorales en donde se disputan diferentes cargos de elección popular, dentro de los niveles de gobierno ejecutivo y legislativo, al escuchar tantas y tantas promesas, ofrecimientos, amén de la hiper actividad reflejada en los medios de comunicación masiva y que tienen en la histeria, el agobio, y el límite de la paciencia a aquellos que tienen que ver interrumpidos sus programas, no importando la hora, para ver o escuchar o ambas, en donde los candidatos presidenciales, por ejemplo, no solo hacen promesas múltiples de lo que van a hacer si resultan favorecidos por el sufragio mayoritario, solo que no dicen cómo van a lograrlo; en donde abundan los golpes bajos, las descalificaciones, la diatriba, los insultos, las agresiones físicas y de palabra, en fin que no dan ninguna clase de certidumbre a aquellos a quienes van dirigidos sus mensajes.

Es el caso, ahora, que los candidatos se venden como un producto de la mercadotecnia, tratando de emular el caso Fox (tan lamentable para la República) dejando mensajes huecos que no dicen nada ni dejan nada en el área volitiva de los destinatarios de sus mensajes.

No hay certidumbre, en consecuencia, de que los ofrecimientos de campaña sean factibles de realizarse y no basta con firmar ante notarios públicos, en el mejor de los casos, cualquier ofrecimiento de campaña, si después las señales de los opositores machacan con que no se atiene a la verdad lo prometido y no cumplido.

La certidumbre es vital en estos momentos, cuenta habida de que si creemos estar con políticos, que no solo grillos, hay que recordar que el político debe pontificar, o sea crear puentes de comunicación para la obtención de consensos y no de disensos y eso se logra con la argumentación fundada y creíble y, por ende, susceptible de cumplirse. ergo, hay que convencer, no vencer, para lograr el voto que se busca de la ciudadanía, en especial la de los indecisos, quienes ocupan un número relevante en el padrón electoral.

En una democracia el pueblo requiere certidumbre de sus candidatos y éstos deben darla. O usted, aguzado lector, ¿qué opina?



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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