Existe un término en la mayoría de las lenguas que se hablan en nuestro mundo occidental y especialmente en la nuestra, que se denomina abnegación.
Dicho término se entiende como la renuncia al interés propio en beneficio de los demás, habida cuenta de que se trata de una característica de los seres humanos la cual se puede calificar, en términos generales como buena, o deseable, o bondadosa o apetecible vamos, en el mejor de los casos, como valiosa.
De esta guisa, grosso modo, existen en el género humano actitudes de total desprendimiento que dan origen a hechos o actos de heroicidad, de generosidad, de cuidados y protección al vulnerable, en fin, en la mayoría de los casos, en el entorno de un ámbito de amor inconmensurable.
Así las cosas en nuestro país ha creado fama el concepto de abnegación para adjudicarlo a las madres, a las progenitoras, a las dadoras de vida en relación con el producto engendrado en su claustro materno.
Resulta una cadena sin fin el relato de cientos de miles, de millones de mujeres que tratándose del cuidado y protección de su progenie, han dado muestras de entrega, de sacrificio, de heroicidad, de limitaciones a los requerimientos de necesidades para abonar al fruto de sus entrañas los pocos o muchos satisfactores para los que son obesequiadas o que se ganaron con su esfuerzo personal.
En suma se predica de la abnegación de la mujer mexicana, en relación con la maternidad, como valor a exaltar en comparación con la actitud que frente a ésta (la maternidad) tienen algunas otras madres. Incluso en el mundo occidental, en especial en los países llamados desarrollados.
Sin embargo se ocurre preguntar si la actitud de desprendimiento total de una madre por colmar a su hijo es consecuencia de una característica natural, biológica, elemental o es producto de una actitud volitiva. Me explicaré .
Ya sabemos que la mujer está hecha para la maternidad. Que a partir del instante de la fecundación que muchas mujeres saben en qué momento se produce, empiezan a desarrollar su instinto maternal y así comienza una adoración sin límite en relación al producto. Es decir que biológicamente están equipadas con ese instinto, y genéticamente lo tienen y lo van desarrollando desde la infancia para que haga eclosión con el fenómeno de la maternidad. A contrario sensu el hombre, macho, varón, masculino, no tiene el menor interés en el producto al nacer, sin perjuicio de que tarda un tiempo variable entre días, semanas o meses para identificar y aceptar al producto como suyo, partiendo del prejuicio de no ser el padre, actualizando el dicho popular de : “hijo de mi hija, mi nieto; hijo de mi hijo, ¿ quién sabe?”, caso contrario cuando el parto es psicoprofiláctico en virtud del cual ambos progenitores aprenden y se enteran del desarrollo del producto dentro del claustro materno, el padre se identifica totalmente e, inclusive, asiste al nacimiento y se siente involucrado con todo lo concerniente al nuevo ser.
Caso de excepción lo constituyen las mujeres que abandonan al producto no deseado en botes de basura, en baños públicos o de plano en la calle, contrariando el designio natural de la maternidad.
Y si en la especie animal se dan casos de entrega total, incluso de la propia vida como en la hembra del pulpo que alimenta a su progenie al nacer y no sale de su cueva hasta que estos lo hacen, por inanición muere, o en el alacrán hembra que es devorada por sus vástagos y lo insólito de los pingüinos machos que empollan a sus huevos por tres meses, sin desplazarse ni para comer, mientras las madres van hasta el mar para alimentarse y cuando regresan substituyen a éstos para que hagan lo propio, ya nacidos los polluelos, en la especie humana, ¿la abnegación es consecuencia genética o es producto volitivo y de la cultura? ya que la sobreprotección es castrante y deformante de los seres humanos. Mientras esto se discierne envío mis mas cálidas felicitaciones a todas las madres que lo saben ser y un recuerdo amoroso a mi madre quien recién se nos adelantó en el viaje. O usted, abnegada lectora, ¿qué opina?
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