En el artículo anterior, nos ocupamos del tema de los mecanismos de control social, que forman parte del proceso de socialización y cuyo objetivo es que los individuos cumplan con los valores dominantes definidos por el sistema sexo/género: el apego a los estereotipos de género, el heterosexismo y el androcentrismo (Ortiz, 2004, 2005); revisamos también que en el caso particular de los gays y lesbianas intervienen, por lo menos, cuatro mecanismos de control social: homofobia, invisibilidad, asignación de aspectos negativos y discriminación.
Habiendo revisado ya lo referente a la homofobia, nos ocuparemos ahora del resto de tales mecanismos:
1. Invisibilidad.- Se refiere a la negación y al intento de ignorar u ocultar la condición homosexual de las personas en cualquier ámbito (Ortiz, 2004). Opera en varios sentidos: la homosexualidad de personas que a lo largo de la historia han hecho contribuciones significativas se estigmatiza o simplemente se intenta ocultar, en las instituciones formales e informales (como la familia, los medios masivos de comunicación y el ámbito laboral) se omite la participación social de los homosexuales como individuos productivos, sanos y con una vida personal plena, y debido a este estado de invisibilidad, los homosexuales no cuentan con referentes positivos que, durante la adolescencia, les permita construir su identidad sexual, lo que contrasta notablemente con lo que vive el joven heterosexual, cuyo desarrollo es promovido de muchas maneras por las instituciones sociales en las que está inmerso: la escuela, las actividades extracurriculares, las fiestas, entre otras, lo que no necesariamente tiene que ser negativo, porque la ausencia de modelos obligatorios le permite a los homosexuales cierta libertad de movimiento, lo que realmente es poco común en los heterosexuales (Castañeda, 2000).
2. Asignación de aspectos negativos.- Cuando la homosexualidad no se niega, oculta o ignora, se presenta asociada con características negativas (Ortiz, 2005). Al ser una minoría marginada históricamente, se le ha valorado de la peor manera posible: por la religión, como pecado; por los legisladores, como delito; por la medicina, como enfermedad; y en los medios masivos de comunicación, como condición denigrante. A pesar de los cambios que en décadas recientes han descargado de la homosexualidad varias de esas atribuciones, sobre todo, en el ámbito médico y jurídico, en el imaginario colectivo cada uno de esos aspectos negativos que le han sido asignados siguen vigentes, aportando al desarrollo de la identidad de los homosexuales solamente referentes negativos que se traducirán, en cada caso, en sentimientos de culpa y baja autoestima (Ortiz, 2004).
3. Discriminación.- Se trata de una conducta de desprecio contra los individuos que no se apegan a los estereotipos de género, con la cual se causa un daño (de manera intencional o no) a sus derechos y libertades fundamentales, por ejemplo, negándoles el acceso a oportunidades, recursos y servicios (Ortiz, 2004; Rodríguez, 2005).
De este modo, los gays y lesbianas son estigmatizados como “los otros” o, con expresiones aún más extrañas como “el tercer sexo”, pero siempre con una connotación que los etiqueta como algo diferente: ni hombres ni mujeres (Díaz, 2004). Desde el punto de vista de la masculinidad hegemónica, ocupan un lugar subordinado con relación a ellos, son una “minoría” en los términos de De la Mora y Terradillos (2007), pero también son transgresores, porque violan los valores dominantes establecidos por el sistema sexo/género, por lo que se activan por medio de la socialización los mecanismos de control social anteriormente referidos, cuyo propósito es que los valores dominantes del sistema sexo/género se cumplan.
Lo anterior implica repercusiones importantes para los homosexuales, particularmente, durante el desarrollo de su identidad sexual. Mondimore (1998) explica que, desde la infancia, los niños empiezan a desarrollar una asociación entre ciertas etiquetas verbales y conductas particulares que no encajan con lo que se espera de cada uno de los sexos, de modo que cuando un niño juega con algún juguete que no corresponde con su género, probablemente, reciba una amonestación de alguno de sus compañeros; de igual modo, algunas de esas etiquetas podrían empezar a asociarse con el hecho de sentirse diferente. No es de extrañar tampoco que la homofobia (así como la homofobia internalizada) tenga un papel destacado en el modelo propuesto por Cass, del cual nos ocuparemos en el siguiente artículo.
Referencias
Castañeda, M . (2000). La experiencia homosexual. México: Paidós.
De la Mora, T. y Terradillos, J. (2007). Reflexiones del armario [Versión impresa]. Cuadernos de Trabajo Social, 20, 249 - 264.
Díaz Álvarez, M. (2004). Homosexualidad y género [Versión electrónica]. Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), 11(31), 1-12.
Mondimore, F. M. (1998). Una historia natural de la homosexualidad. España: Paidós Contextos.
Ortiz-Hernández, L. (2004). La opresión de minorías sexuales desde la inequidad de género. [Versión impresa]. Política y cultura, (22), 161-182.
Ortiz-Hernández, L. (2005). Influencia de la opresión internalizada sobre la salud mental de bisexuales, lesbianas y homosexuales de la Ciudad de México [Versión impresa]. Salud mental, 28(04), 49 - 65.
Rodríguez Zepeda, J. (2005). Definición y concepto de la no discriminación [Versión impresa]. El Cotidiano, 21(134), 23-29.
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