Muerte a la suerte

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Por Guillermo Exequiel Tibaldo

Me quitaron la guadaña y mi licencia, ¿pueden creerlo? ¡Mi guadaña! Tantos años al servicio de la comunidad para que me la quiten y me den a cambio esta escoba decrépita, para limpiar esas feas habitaciones todos los días del año y todos los años del siglo. Encima me es difícil olvidarme de la guadaña, si hasta hay veces que de dormida agarro la escoba al revés pensando que es mi vieja amiga, hasta que me cae lo tonta cuando ya es tarde.

Encima ahora que soy jubilada, me hacen lustrar lo que ya está limpio. Si, yo pienso lo mismo, una barbaridad. ¡Si por lo menos las usaran! Hace varios meses que no encienden siquiera un sirio, y lo peor es que los tienen contados por si me decido a gastar alguno. ¡Que miserables! Antes se encendían cada día como muestra de recibimiento a los difuntos, o eso comentaban, pues más parece que el pasado siempre es mejor que el presente y más aún que el futuro.

Encima me da una bronca, porque me la paso limpiando para que no me echen también de este trabajo y resulta que es en vano; ni siquiera me traen un diario. Bueno, es cierto, no tengo ojos pero mi espectro ve, escucha, siente. Cada vez que limpio rezo como jamás lo haría, para que algún difunto aparezca tranquilamente con toda una procesión detrás. ¡Ay! ¡Es tan horrible limpiar todo para no escuchar ningún elogio! Es como el ama de casa que espera que alguien cercano note lo que ha trabajado durante todo el día quitando hasta el último gramo de polvo, sólo para complacer sus ojos; y que encima estos miren con indiferencia, sin mencionar siquiera que realmente sienten un milagro de pocos segundos al encontrarse todo reluciente. En realidad, el problema es que nunca viene nadie, ya comenzando desde ahí digamos que no puedo criticarlos por si notan o no que trabajo como una yegua; antes, en cambio, era mucho más divertido. Yo iba hacia ellos y les complacía el rostro con un corte definitivo. ¡Si me brillan los ojos de la emoción! ¡Que momentos de gloria, de alegría y de ternura!

Entonces ahí es donde me pregunto: ¿Tanto tiempo desarticulando los huesos de mi cuerpo para terminar así? Que decadencia, cielo santo; vieja, sola y ahuecada, ¿qué peor que eso?

Si bien me han quitado la placa, he decidido trabajar ilegalmente. Ya me cansé. Ahora será la sangre hirviente de los humanos la que entibiezca este lugar, para que quizás algún día alguien reconozca que pude unirlos, en la muerte, pero que pude hacerlo; incluso más que la vida misma.
Sin diferencias, sin resentimientos entre ellos; tan solo un simple silencio y la valoración de toda una persona como si fuera una obra de arte ¡Así me gusta! Después de todo, no dejo de ser una simple viejita.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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