Por Guillermo Exequiel Tibaldo
Sus cuernos, de blanco marfil, rozaron con la copa del árbol palpitando sus sentidos con un extraño pesar. Hacía tiempo que no los sentía.
Se tentó con el acantilado, quería dejarse caer para no sentir más el peso sobre su cabeza, la molestia sobre su destino.Pero su realismo no se lo permitió, ni mucho menos su sentido común: evidentemente estaban tan bien tallados, que le daba pena echar esas astas a perder sin ni siquiera darles utilidad. ¿Para qué servían?
Siguió caminando, con la cabeza agachada y los pasos de un ciervo viejo que duda en querer continuar recorriendo algo que no sabe en verdad adonde lo conduce.
Pero luego la vio, tan excesivamente producida con otro montículo de carne y grasa a su lado, deseoso de pasión, y sus ojos negros se hincharon para enfocar claramente a esa bestia.
No pudo resistir el hedor que le provocaba y corrió con violencia hacia su vientre femenino, tan delicadamente moldeado, hasta que con sus cuernos logró atravesar el otro lado.
Le devolvió aquellos cuernos que ella le posó sobre su cráneo, con toda la infidelidad que se puede provocar en tantas noches de lujuria, en tantas noches de placer ilícito.
2 Comentarios:
muy bueno:)
Muchas gracias señor anónimo, de verdad se lo agradezco mucho:)
saludos y muy buena suerte
Que siempre estés feliz
Guillermo E. Tibaldo
Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.
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