Por Guillermo Exequiel Tibaldo
Pareciera que el amor solo determinaba uniones, pero cuando la religión se interponía también surgían grandes separaciones que no podían evitarse pues se debía escoger entre aquel amor o el pasado hecho presente, que siempre conservaba la misma formación. Evidentemente que ellos escogieron el amor, el indudable proyecto que ambos deseaban.
Y hubo tiempos felices en los que estuvieron solos y disfrutaron de la libertad, de poder ser ellos mismos sin que los buitres les comieran los ojos, sin que los leones devoraran sus ideales perseguidos. Hipnotizados entre ambos cuerpos, unidos por la piel, los labios y el sabor único que florecía de estos; los dos eran las piezas faltantes de cada uno, que habían logrado aglomerarse encajando perfecto en el rompecabezas ¿Tan difícil era de entender?
El hijo que venía en camino marcaba el foco central del conflicto, el dilema de la religión y con esto la forma de vida; todo un futuro elegido por ciertas variables que lo conducirían por un camino o por el otro ¿Con qué necesidad debían de obligarlo a marcar un ritmo igual al de alguno de ellos, sabiendo lo que esto significaba?
Desear que sus problemas acabasen de una vez equivalía a pretender que ambas religiones se unificaran con un mismo fin, que borrasen de la historia sus diferencias y que marcaran un rumbo fijo aceptado por las dos partes, una situación ideal para tan poco tiempo. Pobre de aquel niño, que naciendo algún día indefenso, debería soportar las bases antiguas de un régimen que comenzaba a disiparse, sin comprender nada del asunto y aún así obligado a ser lo que otros con más poder determinasen.
No era cuestión de la distancia, pues fue el viento quien los traicionó confiando para él recursos mayores; espiaba invisiblemente durante el día y para que no notasen su engaño, se alejaba con astucia mediante una brisa de paz; ¡Que traidor! Les dijo todo lo que necesitaban saber para encontrarlos, lo suficiente.
Otra vez se concentró en sus agujas de crochet. El primer esquema estaba construido, casi perfecto, solo restaban algunos pequeños detalles; era un cuadrado pequeño de color negro, en donde en su pose central figuraba un hermoso caballo blanco parado en dos patas y con sus crines resplandeciendo a la luz de una luna. Su boca se abría de tal forma, que sin duda parecía que sonreía de alegría, que sonreía por su libertad.
Este tejido sería el primer eslabón de una gran cadena, construiría uno por cada mes de vida de su hijo, incluyendo los de su gestación, de manera de poder unirlos a medida que los fuera terminando; era el primero pero esperaba poder tejer muchos más. Cada caballo representaba para ella un respiro de libertad y alegría por conocer que otro mes habría pasado viviendo en libertad con lo que sería su hijo alguna vez. No tenía idea de cuando acabaría todo, quizás fuera al día siguiente, pero no había nada más fuerte que el anhelo por saber que la esperanza por un nuevo día podía existir; la esperanza por comprender que aún sus antecesores familiares no les habían arrebatado la felicidad.
Pero aquel día llegó. Las familias de ella y de él, en direcciones opuestas, marchaban con sus diferentes dioses a la cabecera, o al menos de vestimentas diferentes, reclamando lo que supuestamente les pertenecía a alguno de ellos y que no demorarían en pactar para conseguirlo de una forma u otra.
Golpearon a la puerta brutalmente, no invitando a una respuesta, sino más bien a una aceptación de lo ya declarado: abrirían bajo su voluntad o sin ella.
Ninguno de los dos contestó, se abrazaron en silencio mientras su hijo gateaba a sus pies, asustado por el ruido de la puerta; ella lo tomó y lo llevó a la pieza del fondo, en donde lo envolvió con la manta que le había tejido: veintiséis caballos poseía, ya dos años y medio de vida.
Evelia corrió otra vez junto a su marido esperando el desenlace de manera pacífica, tomados de la mano.
Entraron, cuando los tomaron a la fuerza su marido no cuestionó nada: estaba predicho si violaban las normas que eso sucedería; pero cuando se soltaron de la mano, ella gritó de dolor ante las mordazas que le recorrían de pies a cabeza; ambos quedaron tendidos sobre el suelo mientras aquellos visitantes observaban el humilde hogar.
__ El niño, ¿Dónde está? Preguntaron.
El silencio fue demasiado extenso para comprender lo que sucedía, y aunque preguntaron de nuevo, no dudaron un segundo más en recorrer la casa hasta encontrarlo. Afuera se escuchaba un ruido incontenible, atronador e intenso. Murmullos de quienes defienden lo que les pertenece, gritos de aclamación.
Y mientras Evelia miraba la manta, ahora completamente negra, alguien abrió la puerta del fondo, mientras todos veían partir a los veintiséis corceles blancos, que buscaban libertad.
Sus agujas de tejer se desplazaban mecánicamente entre sus dedos, aunque sin pensar en ella ni mucho menos en lo que tejía. Suspiró preocupada porque antiguos problemas renacían otra vez desde el olvido. ¡Cómo desearía poder congelarlos por un tiempo para pensar mejor!
Trataba de que en sus despertares encontrara alguna solución, conservando el optimismo de lo que la esperanza representaba en su joven corazón, pero no era suficiente; eran problemas familiares los que arribaban otra vez en el puerto con más fuerza que antes ¿Era tan difícil entender la unión de dos religiones diferentes? Ellos no lo hicieron, y es por esto que Evelia huyó con él para casarse en secreto y ocultarse de sus orígenes.Pareciera que el amor solo determinaba uniones, pero cuando la religión se interponía también surgían grandes separaciones que no podían evitarse pues se debía escoger entre aquel amor o el pasado hecho presente, que siempre conservaba la misma formación. Evidentemente que ellos escogieron el amor, el indudable proyecto que ambos deseaban.
Y hubo tiempos felices en los que estuvieron solos y disfrutaron de la libertad, de poder ser ellos mismos sin que los buitres les comieran los ojos, sin que los leones devoraran sus ideales perseguidos. Hipnotizados entre ambos cuerpos, unidos por la piel, los labios y el sabor único que florecía de estos; los dos eran las piezas faltantes de cada uno, que habían logrado aglomerarse encajando perfecto en el rompecabezas ¿Tan difícil era de entender?
El hijo que venía en camino marcaba el foco central del conflicto, el dilema de la religión y con esto la forma de vida; todo un futuro elegido por ciertas variables que lo conducirían por un camino o por el otro ¿Con qué necesidad debían de obligarlo a marcar un ritmo igual al de alguno de ellos, sabiendo lo que esto significaba?
Desear que sus problemas acabasen de una vez equivalía a pretender que ambas religiones se unificaran con un mismo fin, que borrasen de la historia sus diferencias y que marcaran un rumbo fijo aceptado por las dos partes, una situación ideal para tan poco tiempo. Pobre de aquel niño, que naciendo algún día indefenso, debería soportar las bases antiguas de un régimen que comenzaba a disiparse, sin comprender nada del asunto y aún así obligado a ser lo que otros con más poder determinasen.
No era cuestión de la distancia, pues fue el viento quien los traicionó confiando para él recursos mayores; espiaba invisiblemente durante el día y para que no notasen su engaño, se alejaba con astucia mediante una brisa de paz; ¡Que traidor! Les dijo todo lo que necesitaban saber para encontrarlos, lo suficiente.
Otra vez se concentró en sus agujas de crochet. El primer esquema estaba construido, casi perfecto, solo restaban algunos pequeños detalles; era un cuadrado pequeño de color negro, en donde en su pose central figuraba un hermoso caballo blanco parado en dos patas y con sus crines resplandeciendo a la luz de una luna. Su boca se abría de tal forma, que sin duda parecía que sonreía de alegría, que sonreía por su libertad.
Este tejido sería el primer eslabón de una gran cadena, construiría uno por cada mes de vida de su hijo, incluyendo los de su gestación, de manera de poder unirlos a medida que los fuera terminando; era el primero pero esperaba poder tejer muchos más. Cada caballo representaba para ella un respiro de libertad y alegría por conocer que otro mes habría pasado viviendo en libertad con lo que sería su hijo alguna vez. No tenía idea de cuando acabaría todo, quizás fuera al día siguiente, pero no había nada más fuerte que el anhelo por saber que la esperanza por un nuevo día podía existir; la esperanza por comprender que aún sus antecesores familiares no les habían arrebatado la felicidad.
Pero aquel día llegó. Las familias de ella y de él, en direcciones opuestas, marchaban con sus diferentes dioses a la cabecera, o al menos de vestimentas diferentes, reclamando lo que supuestamente les pertenecía a alguno de ellos y que no demorarían en pactar para conseguirlo de una forma u otra.
Golpearon a la puerta brutalmente, no invitando a una respuesta, sino más bien a una aceptación de lo ya declarado: abrirían bajo su voluntad o sin ella.
Ninguno de los dos contestó, se abrazaron en silencio mientras su hijo gateaba a sus pies, asustado por el ruido de la puerta; ella lo tomó y lo llevó a la pieza del fondo, en donde lo envolvió con la manta que le había tejido: veintiséis caballos poseía, ya dos años y medio de vida.
Evelia corrió otra vez junto a su marido esperando el desenlace de manera pacífica, tomados de la mano.
Entraron, cuando los tomaron a la fuerza su marido no cuestionó nada: estaba predicho si violaban las normas que eso sucedería; pero cuando se soltaron de la mano, ella gritó de dolor ante las mordazas que le recorrían de pies a cabeza; ambos quedaron tendidos sobre el suelo mientras aquellos visitantes observaban el humilde hogar.
__ El niño, ¿Dónde está? Preguntaron.
El silencio fue demasiado extenso para comprender lo que sucedía, y aunque preguntaron de nuevo, no dudaron un segundo más en recorrer la casa hasta encontrarlo. Afuera se escuchaba un ruido incontenible, atronador e intenso. Murmullos de quienes defienden lo que les pertenece, gritos de aclamación.
Y mientras Evelia miraba la manta, ahora completamente negra, alguien abrió la puerta del fondo, mientras todos veían partir a los veintiséis corceles blancos, que buscaban libertad.
4 Comentarios:
Hola Guillermo, interesante tu cuento que trata, desafortunadamente, de un problema actual, como podemos ver en el Estado de Hiodalgo, donde algunas familias han sido expulsadas por diferencias religiosas. Esperamos que esos míticos caballos salven a la razón de esa sin razón. Saludos
Muchas gracias Sergio por tu comentario, me alegro que te haya gustado y mas aun que hayas entendido el mensaje; no coloque ninguna religion especifica debido a que crei que podia herir a quien fuera de aquella en particular, y ademas me parece que no tnia demasiado sentido
MUCHAS GRACIAS! Los caballos correrán por la libertad de aquellos que sufren de esa prision sin eleccion..
un abrazo
Guillermo E. Tibaldo
Guillermo, es una verdadera maravilla, una situacion muy actual pese a las simulaciones de la gente, esta bien contado y con un hermosisimo contenido
felicitaciones
zaidena
Gracias Zaidd
De verdad muchas gracias, no coloque religion specifica, porque me parecio que no tenia sentido en este caso..
Un abrazo y gacias de nuevo
Guillermo E. Tibaldo
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