Por Guillermo Exequiel Tibaldo
Dedicado especialmente para Sonia Warnes
Pero el tiempo pasó, y no se quién de nosotros se olvidó primero, pero lo cierto es que cuando asomó la luna por mi ventana, rellena y golosa, vi en mi lecho su curvado cuerpo dispuesto a ser mío por unas horas, capaz de entregarme más allá de lo que deseaba. Su mano transparente, como la de los fantasmas, tocó mis mejillas y pareció comprender la sensibilidad y paciencia que albergaba en mi corazón. No duró más que esa noche, pero jamás dejé de amarla como lo hice la primera vez.
Cuando se fue, sabía que estaría junto a su mejor esencia. Me robé la sombra de aquella mujer del bar, y quizás por venganza o por amor, su sombra robó mi sombra, y escaparon juntos.
Aquel amor oculto, se creó más fuerte y modesto que la pasión encontrada en la carne, tal vez porque se hizo más prudente bajo el velo que protegía a sus amantes, o quizás, porque el silencio de sus cuerpos les permitió su amor eterno.
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