Moneda de oro

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Por Guillermo Exequiel Tibaldo


No temo ahora mirarte, directo a los ojos. Porque es lo que me resta hacer sin sentir que dejo asuntos pendientes, sin olvidarme de aquella promesa que hice una vez.


Incluso antes de abrir los ojos te noto tan radiante que no hago más que sonreír ¿Quién más ha sido tan igual? Solo en cuentos y leyendas otros, pero que jamás nadie pudo comprobar más que con una metáfora guardada entre tantos archivos, de recuerdo. No, tú eres diferente, representas la realeza natural, la verdadera madre de cada uno de nosotros ¿Por qué no mirarte entonces?

Cuando abro los ojos, descubro aquellas curvas tan sensuales, que como la luna, intentan cubrir el deseo por pudor, o tal vez para creerte la más importante de las estrellas. Pero no dudé en seguir mirándote con la misma sinceridad ni un solo instante, y hasta con la vergüenza con la que te he evitado antes como todos los demás.

Recuerdo en aquel atardecer, esfumado en el horizonte, cuando te llevabas tu anillo de fuego. Y con tus últimos rayos de luz mi vida, que hipnotizada por tanta belleza, no pudo ceder.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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