Por Guillermo Exequiel Tibaldo
Mis amigos y familiares me hablaban hacía rato de aquel fantasma, decían que consumía a nuestros semejantes y los reducía a la miseria. También decían que cada vez faltaba menos para que también nos encuentre con sus luces fantasmagóricas, y con sus largos brazos para enredarnos sobre su cuerpo.
Supuse que como todas las historias paganas, ésta debía de ser una de las tantas que deben producir en el fondo del alma algún temor hacia lo desconocido y quizás fue por esta inquietud que decidí atreverme a desafiarlo. Marché en la quinta luna del año, luego de haber discutido con los que intentaban detenerme. No podrás regresar, me dijo mi madre con un abrazo.
No los escuché. Quería acabar con aquella farsa y demostrarles hasta dónde había llegado la imaginación de nuestros ancestros. Por otra parte, debo decir que sentía un suave orgullo asomando altivo en mi cabeza cada vez que lo pensaba.
Llegué a la tercer noche, caminando sobre un rocío insoportable que helaba mis piernas. Reconocí la morada de la bestia que con ardua paciencia mi padre me había descrito, le temía a mis espaldas, a un ataque sorpresivo.
Decidí adentrarme por los caminos dibujados y en lo que parecía la entrada a una cueva. Me introduje sin recelo por todos sus pasadizos en busca de la respuesta para aquella incógnita, y entre tantas vueltas olvidé mi camino de llegada.
Entonces lo vi. Con los pies sobre la tierra y las mil bocas fantasmales hablando de sus propios engaños y diversiones. Ya no podía regresar.
El fantasma me había devorado.
Mis amigos y familiares me hablaban hacía rato de aquel fantasma, decían que consumía a nuestros semejantes y los reducía a la miseria. También decían que cada vez faltaba menos para que también nos encuentre con sus luces fantasmagóricas, y con sus largos brazos para enredarnos sobre su cuerpo.
Supuse que como todas las historias paganas, ésta debía de ser una de las tantas que deben producir en el fondo del alma algún temor hacia lo desconocido y quizás fue por esta inquietud que decidí atreverme a desafiarlo. Marché en la quinta luna del año, luego de haber discutido con los que intentaban detenerme. No podrás regresar, me dijo mi madre con un abrazo.
No los escuché. Quería acabar con aquella farsa y demostrarles hasta dónde había llegado la imaginación de nuestros ancestros. Por otra parte, debo decir que sentía un suave orgullo asomando altivo en mi cabeza cada vez que lo pensaba.
Llegué a la tercer noche, caminando sobre un rocío insoportable que helaba mis piernas. Reconocí la morada de la bestia que con ardua paciencia mi padre me había descrito, le temía a mis espaldas, a un ataque sorpresivo.
Decidí adentrarme por los caminos dibujados y en lo que parecía la entrada a una cueva. Me introduje sin recelo por todos sus pasadizos en busca de la respuesta para aquella incógnita, y entre tantas vueltas olvidé mi camino de llegada.
Entonces lo vi. Con los pies sobre la tierra y las mil bocas fantasmales hablando de sus propios engaños y diversiones. Ya no podía regresar.
El fantasma me había devorado.
3 Comentarios:
Te tragó enterito? jaja es broma... he pasado por aquí y quería dejar mi saludo a mi escritor favorito, ;-) me alegra que vuelvas a escribir. !nos vemos!
Hola Sofi! Te agradezco mucho. Me alegro que te haya gustado, aunque siempre se puede mejorar un poquito :)
Ja, la verdad que me tragó sin preguntarme, je, un beso!!
Huy, cuanto miedo me dió, ¿como te comió, empezó por tus piernas o por tu cabeza?.
Eso me espanta...
eso me intriga...
Dimelo rápida
si no, me muero...
Olifante
Periplos en red busca crear espacios intelectuales donde los universitarios y académicos expresen sus inquietudes en torno a diferentes temas, motivo por el cual, las opiniones e ideas que expresan los autores no reflejan necesariamente las de Periplos en red , porque son responsabilidad de quienes colaboran para el blog escribiendo sus artículos.
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