Caminando en el pasado

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Por Sergio A. Amaya Santamaria


El hombre descendió del autobús, era la primera vez que estaba en esa ciudad y todo se le hacía nuevo. El viaje desde la ciudad de México les había tomado toda la noche. La mañana era fría, con un viento que calaba los huesos, entro al recinto de la terminal y el ambiente era tibio, recogió su equipaje y salió en busca de un taxi que lo llevara al centro de la ciudad, donde le habían reservado una habitación. Viviría en un hotel en tanto conseguía una casa de huéspedes o una habitación donde vivir de manera permanente. Su trabajo consistía en analizar las posibilidades y conveniencias de establecer una sucursal de la empresa que representaba, Por lo que su trabajo solía tomarle varios meses de investigación. Luego de desempacar sus pertenencias en su habitación, se dio un baño y bajó a desayunar; ya iría buscando sitios más hogareños para hacer sus alimentos. Era domingo y podía dedicar el día a ir conociendo la ciudad, así es que, luego de desayunar, salió a recorrer las calles, animadas a esa hora de la mañana, pues las familias salían a Misa y a pasear a los críos.

En el jardín principal, en un hermoso kiosco de estilo Art Nuvou, se encontraba ya preparada la Banda Municipal para dar principio a la serenata semanal, hermosa y tradicional costumbre que se seguía cultivando en las ciudades medianas de provincia. Por una de las callejas que accedían a la plaza, vio al final de ella una vieja iglesia y de inmediato sintió que ya conocía ese paisaje. Sin pensarlo empezó a caminar en esa dirección. Había construcciones nuevas que no reconocía, como las instalaciones de la telefónica y su horrible torre metálica forrada de antenas repetidoras. Llegó a la calle y miró el nombre, Manuel Doblado, la calle era la misma, pero el nombre no, la recordaba empedrada. Miró el campanario del templo y pisó el atrio. Cuántos recuerdos vinieron a su mente…. Se vio como Sacerdote, ya viejo, arrastrando los pies para llegar al confesonario, escuchando a las beatas de siempre. Entró al templo y casi con los ojos cerrados se llegó a la Sacristía, no había persona alguna y abrió el armario, en el fondo estaba “su” sotana, vieja y descolorida. Salió por la puerta trasera a un patio interior, un joven Sacerdote lo vio y se dirigió a él.

—Buen día, hermano, ¿puedo ayudarte?

—Gracias, Padre, respondió desconcertado, he llegado hasta aquí de forma inconsciente, aunque todo se me hace conocido y nunca había venido. Tal vez piense que estoy loco.

—No, nada de eso, respondió el religioso, entiendo bien de lo que hablas y te sorprendería saber que no me eres desconocido. No es la primera vez que me ocurre, aunque hasta hoy no encuentro explicación a ello.

Los dos hombres se sentaron en una banca de cantera, a la sombra de un manzano y platicaron como dos hermanos que se reencuentran, luego de una larga ausencia. Es la rueda de la vida, de giro infinito e interminable. Los rostros cambian, los tiempos son otros, pero las almas son las mismas y se reconocen a través de las eras.

El hombre salió del templo y echó a caminar por esa vieja calle de sus recuerdos, en esa ciudad en donde nunca había estado…. ¿Nunca?

Compró un helado y se fue a comerlo sentado en una banca, escuchando la amable música de la Banda durante la serenata dominical…

Agosto 14 de 2011 – Ciudad Juárez, Chih.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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