El halcón

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Por Sergio A. Amaya Santamaría


Era una tarde borrascosa, con esos vientos fuertes, que arrastran la arena del desierto y cubren la ciudad. Los autos, a pleno día, circulaban con las luces encendidas. Un hombre joven, solitario camina por la calle, con el cuello de la chamarra subido hasta las orejas y deteniéndose la gorra de beisbolista con una mano, para evitar que el viento se la arrebate; por lo demás, la calle se encuentra vacía de viandantes, todos a cubierto, en espera de que amaine el viento para volver a las actividades regulares.

El joven alcanza la entrada del enorme templo de la Divina Misericordia y se refugia en él. Ocupa una banca del fondo y mira en todas direcciones, esperando no haber sido seguido. Acaba de escapar milagrosamente de un ataque de sicarios, dos de sus compañeros cayeron abatidos por los “cuernos de chivo”, entonces piensa:

«Por qué razón me metí en esos asuntos de pandillas, yo era muy chamaco, pero eso no es justificación. En mi casa mi madre me pedía dinero para los gastos, pero yo no trabajaba y había dejado los estudios, me pasaba el día en la calle, con los amigos del barrio. Pero qué podía yo hacer, no había dinero para mandarme a la escuela y en las maquiladoras no me daban trabajo, pues era yo menor de edad y no sabía hacer nada. Así fueron pasando los meses, hasta que un buen día se nos acercó un bato, cargaba la pura “feria” y nos invitó unos “burritos” y pues qué, “a la gorra ni quien le corra”; luego nos pagó unas sodas, alguno de mis cuates se tomó una cerveza. El bato era del barrio, solo que de los mayores de edad. Al otro día nos invitó al billar y entonces nos la soltó: Nos ofreció trabajar con él, chamba fácil, unos a vender “grapas”, otros “carrujos” y los mas chavales, como “halcones”, solamente teníamos que aprender a usar un radio y, puestos en el lugar asignado, avisar cuando viéramos a la “chota” o a los militares, eso era todo, estaba sencillo el jale y nos daría, a los halcones como yo, quinientos varos a la semana, una buena lana que nadie nos pagaría. Para que viéramos que era derecho el tiro, nos pagó la primera semana para que aprendiéramos bien la onda. Cuando le llevé a mi madre unos “varos”, no me preguntó de donde los había sacado, así que no le di ninguna explicación; finalmente había feria para comprarle comida a mis carnalitos.

Una semana después, tuve mi primer jale, me dejaron en una esquina del Eje vial Juan Gabriel y solamente debería avisar en caso de ver las camionetas de la chota o los soldados; luego me enteré que calles arriba habían ejecutado a unos compas de la otra banda, pero, me dije a mi mismo, yo no había intervenido ni visto nada, no habría problema. Así pasaron varios meses, nos ocupaban dos o tres días a la semana y nos pagaban los sábados. Cuando me empezó a dar miedo, fue cuando dos de mis cuates fueron baleados, los dos llevaban “grapas” para vender y les cayeron los contras. No nos dejaron ir ni al velorio, pues sabían que nos estaban buscando. Varios días después, el bato nos llevaba en su carro para dejarnos en nuestros puestos de vigilancia, éramos tres halcones; cuando llegamos al primer lugar, en la Valentín Fuentes, se nos emparejó una troca negra y empezaron a rafaguearnos, el bato y dos de mis cuates recibieron los disparos en la cabeza y yo me pude escabullir, me escondí entre los carros y cuando vi que la troca se iba, empecé a correr rumbo a la Ejército, ya se escuchaban las sirenas de las patrullas. Aquí estoy ahora, sin saber qué hacer o a quien buscar. Ayúdame, Diosito, no permitas que me vayan a encontrar»

Sus pensamientos se cortaron con brusquedad cuando una de las puertas se abrió de repente, dando paso a una procesión de personas que portaban velas y flores y que iban cantando al Señor de la Misericordia. «Yo entendí que Dios me estaba dando otra oportunidad. Con los ojos llorosos me integré a la procesión, alguien me pasó una vela encendida y traté de cantar junto al grupo, eran canciones que escuchaba cuando mi madre nos llevaba a la iglesia, ahora ya no, pues tiene miedo de andar por la calle. Me iré unos días a casa de una tía, le pediré que avise a mi madre y seguiré buscando trabajo para volver a la escuela. Espero ahora tener mas suerte. Los cantos cesaron y dio principio una celebración, yo lloré arrepentido y sentí que los rayos de luz que salen de las manos del Señor, me cubrieron con un suave calor»


Noviembre 13 de 2011 - Ciudad Juárez, Chih.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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