Por Guillermo Ezequiel Tibaldo
Atravesé los montes más inhóspitos, las lluvias más heladas. De tanto en tanto, ayudado de mi sabia brujería, logré empañarle la mirada a unos inocentes arrepentidos de sus crímenes cometidos, y enmudecí con un pequeño truco sus ansias de blasfemia. Era entonces el juez prometido.
Pero luchando contra los vientos del oeste y la densa niebla que humedecía mis pasos, caí en la trampa de los obligados. Tenían los ojos como el tiempo y las manos como el oro recién fundido. Y apresado entonces entre aquella jauría glotona, intenté con mis hechizos deshacerme del infortunio que anidaba en mi garganta los pasos que me seguían, pero su magia era superior. Me sentía hiena entre leones.
Pronto olvidé lo que me había enseñado mi maestro, entonces me liberaron y dejaron ser de mi lo que ellos eran. Comí de su pan y bebí del mismo vino. Dormí entre sus mujeres y anidé una familia. Atrapé a mis semejantes y los enterré conmigo.
1 Comentario:
Hola, Guillermo, interesante cuento nos dejas, en tu estilo que tan bien manejas, lleno de misterios y suposiciones. Me agrada. Un abrazo
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