Por Sergio A. Amaya S.


El Padre Ramón

La campana de la Capilla repicó, indicando a los vecinos que en ese momento se estaba adorando al Santísimo, algunos vecinos se pusieron de rodillas, con la cabeza baja, sumidos en sus propias oraciones y pensamientos. Al volver a sonar la campana, se pusieron de pie y reanudaron sus actividades.

El Padre Ramón estaba terminando la celebración Dominical, su sermón había sido especialmente enérgico, hizo referencia a la falta de interés que la mayoría de los fieles mostraba hacia la celebración de la Santa Eucaristía; aunque bien sabía que en esas Capillas rurales era mas el desinterés de los fieles, pues, en general, no entendían la Liturgia en latín, por lo que durante la celebración, se distraían en cualquier cosa, en tanto el Sacerdote, de espaldas a la Asamblea, repetía de manera mecánica sus oraciones, en esa lengua oficial de la Iglesia, pero muy lejana del pueblo asistente.

Ya se escuchaban algunas voces que hablaban de una reforma profunda en la Liturgia de la Iglesia, pero aún era común decir: “voy a oír misa” cuando iban a la Iglesia, y, efectivamente, el pueblo asistía como oyente, pues no participaba en la celebración, al desconocer la lengua en que hablaba el Sacerdote. Este desconocimiento del idioma, dio lugar a que, durante la celebración, los creyentes se dieran a otras devociones, ya fuese rezar el Santo Rosario o leer algún devocionario; eso en el mejor de los casos, pues muchos de los asistentes se dedicaban a curiosear el templo o a criticar a los vecinos.

Terminada la celebración, el Padre Ramón se reunió con un grupo de vecinos, que constituían el Comité de Obras de la Capilla:

_Vamos a ver, Doña Socorrito, platíqueme qué han hecho en estos meses, ¿ya se han puesto de acuerdo para mejorar esta Capilla?

_Sí, Padrecito, ya hemos acordao que ca’quien va a dar diez pesos mensuales pa’ir comprando una vigas, mientras los hombres darán faenas pa fabricar los adobes, pos queremos que se haga otra nave y que, cuando menos sea otro tanto de larga, pues ya ve usté, casi no cabemos.

_Bueno, eso está muy bien, contesto el Padre Ramón, pero deben estar conscientes de que el administrar los dineros, puede llevar a problemas, así es que necesitan nombrar a un Tesorero, alguien a quien todos le tengan confianza, para que luego no anden con chismes. ¿Está claro?

_Sí Padrecito, contestó Socorrito. Yo propongo que sea Don Andresito, pues es persona muy formal y conocida de todos, ¿cómo la ven?, preguntó dirigiéndose a la concurrencia.

_Pos claro que sí, contestó algún otro. Sí, sí, Don Andresito está bien, dijeron otras señoras.

_Bueno, bueno, aceptó el Padre Ramón. Pues Don Andrés, ya vio usted, la gente lo apoya, así es que usted se va a encargar de los dineros.

_'Ta bueno, Padre, lo haré con gusto y ya les iré haciendo cuentas conforme se vaya juntando el dinero. Sólo falta acordar cuando empezarán la cooperación. Si usted viene dentro de dos semanas a decirnos la Misa, sería bueno que se los hiciera saber, mientras tanto, nosotros iremos corriendo la voz, ¿les parece bien a todos?.

_Sí, aceptaron todos, ojalá que todos estén de acuerdo para que pronto podamos empezar, va quedar re chula la Capilla. La plática siguió animada, cada uno de los concurrentes externaba su opinión acerca de la futura construcción.


Por aquellos días gobernaba el País un General Revolucionario, Lázaro Cárdenas, las tierras que ahora tenían los pobladores de El Venado, habían pertenecido a unos ricos hacendados españoles, la familia Garmendia, se decía que los antepasados de esta familia habían llegado con la gente del Capitán Enríquez, que llegaron de la Capital de la entonces Nueva España y fundaron en el Siglo XVI el Valle de San Gregorio de Mazapil, como quiera que sea, esta familia Garmendia tenía muchos años de poseer esas tierras, que eran trabajadas con el sistema de peones encasillados y tienda de Raya, al cuidado de un Administrador que a la vez tenía un capataz. Este sistema se mantuvo durante cientos de años, sin que los Garmendia se aparecieron mas que en muy contadas ocasiones, pues vivían entre sus casas de la Capital y unas tierras que tenían en los territorios de la actual Texas, de manera que los peones solamente se entendían con el Administrador, quien residía en Saltillo y una vez al año llegaba a las tierras, a conocer a los nuevos peones, vacas y chivos que hubiesen nacido en la temporada y saber cuantos habían muerto en los últimos doce meses, pues eran parte de los activos de la hacienda. Así también se enteraba de las cosechas que se habían levantado y daba sus instrucciones para el siguiente período. El último Administrador que se conoció antes de la expropiación, fue un español de apellido Mozqueda, quien tenía a cargo a un Capataz de nombre Encarnación Camacho, hombre cruel y ambicioso que sangraba a los peones para satisfacer sus propias ambiciones.

En 1934, Cárdenas llegó a la presidencia: "Estoy convencido (...) por mi experiencia como gobernador de Michoacán, que no basta la buena intención del mandatario (...) es indispensable el factor colectivo que representan los trabajadores (...) Al pueblo de México ya no lo sugestionan las frases huecas: libertad de conciencia (...) libertad económica (...)".

Cuan equivocado estaba el General, pensaban los campesinos ejidatarios de El Venado, pues al desaparecer las haciendas y efectuar el reparto, pulverizó la posibilidad de realizar una agricultura extensiva, además, sin dinero y sin créditos, poco o nada podían hacer esos campesinos que históricamente habían estado bajo la tutela de un patrón. Si antes los peones de hacienda estaban atados a las deudas de la Tienda de Raya, ahora están atados a una caterva de políticos rapaces que solamente buscan el apoyo de los campesinos para llevar agua a su propio molino, sin tener la mínima intención de que la vida del trabajador del campo mejore. Así, para paliar la falta de crédito a los ejidatarios, se creó el Banco Ejidal, que con el tiempo se ganó el mote del “Bandidal”, pues solamente sirvió para enriquecer a políticos sin escrúpulos que hicieron una mafia entre falsos campesinos y burócratas para abusar de las Pólizas de Garantía, mamotreto jurídico que “aseguraba” las siembras del ejidatario contra desastres naturales como sequías o inundaciones. Todo ello aderezado con políticas populistas de “Precio de Garantía”, que llevó al encarecimiento al consumidor final de los productos del campo, sin mejorar un ápice la vida del trabajador agrícola.

Todo esto pensaba Andrés cuando lo eligieron como Tesorero de la Comisión de Mejoras de la Capilla del pueblo. Sus padres habían sido peones encasillados en la hacienda de los Garmendia, el mismo Andrés nació en uno de los jacales de los peones. Rosenda, madre de Andrés tuvo cinco partos, pero solamente sobrevivió Andrés, los otros cuatro murieron por falta de alimento y atención a la madre desde la gestación; Josafat el padre de Andrés, siempre pensó que si Dios le había concedido la vida a su hijo, era porque tenía una misión muy grande qué cumplir; así, desde que el pequeño Andrés tuvo edad para trabajar en el campo, su padre le fue enseñando los secretos de la agricultura, cuando el chamaco cumplió quince años, ya sabía lo mismo conducir una yunta para tirar una raya, que saber si la siembra requiere agua, desyerbe, o arrope. El joven sabía distinguir las señales del tiempo para conocer el momento en que debía voltear la tierra y sembrar la semilla, así como en qué momento era mejor realizar la cosecha.

El padre de Andrés murió en la misma miseria que había vivido toda su vida, pues aunque vivió para recibir su Título de Propiedad ejidal y haber quedado liberado de la deuda con la Tienda de Raya, nunca pudo tener mas que la casa que construyó en El Venado, la misma que ahora ocupa Andrés, su esposa Eufrosina y sus dos hijos: Rosendo, nombrado así en memoria de la abuela y Ernestina, nombre que le hubiera gustado tener a la esposa de Andrés. Eufrosina no era originaria de esas tierras, sino de un rancho mas lejano llamado El Maguey, los jóvenes se habían conocido cuando los padres de Eufrosina habían asistido a una boda de alguien del pueblo, se conocieron y se gustaron desde la primera vez, así que a partir de ese día, Andrés efectuaba viajes semanales a El Maguey, a visitar a la muchacha, hasta que un buen día se la robó y la llevó a vivir a su casa, sus padres le dieron la bendición y al día siguiente fueron a pedir a la muchacha. Costumbres de los pueblos

Han pasado seis años desde que el Tata llegó a la Presidencia, en nada ha cambiado la vida de los pobres del campo, si se puede, son ahora mas pobres. Como es la costumbre, se dice que ha habido algunos problemas porque hay otro pretendiente a la Presidencia, el General Almazán, pero Cárdenas ya señaló a su sucesor: Otro General, cómo no. Se va un michoacano y llegará un poblano. Ya veremos qué nos trae este nuevo gobierno, aunque en estos rincones de la Patria no hay ni quien se fije.

Pensando en estas cosas, Andrés pensó también en la ampliación de la Capilla, no sería fácil que los vecinos pudieran dar diez pesos mensuales, con un salario mínimo de dos pesos diarios, difícil se le hacía que mas de cinco familias pudieran aportar la cuota señalada, por lo que iba a proponer que la aportación fuese de dos pesos mensuales por familia y el que no pudiese darlo, que diera una faena de trabajo, además de la que tendrían que ofrecer todos.

Por aquellos tiempos, Andrés ya había dejado la agricultura para ejercer dos oficios que había aprendido, parte con su padre y parte con amigos y conocidos. De Josafat, su padre, aprendió la carpintería rústica, la necesaria para escoger un mezquite y obtener las mejores piezas para hacer una puerta o un buen yugo. De otras personas aprendió a cortar el cabello, así que armado con esta experiencia, adquirió en La Concha unas herramientas de segunda mano para ejercer la peluquería y con las pocas herramientas que había heredado de su padre, se fue al monte en busca de buena madera para poder ofrecer distintos trabajos a sus vecinos. En una de aquellas excursiones madereras, se encontró con un personaje que se convertiría en su mejor amigo para toda la vida, un muchacho poco mayor que él que se dedicaba a la minería rústica, es decir, lavando arenas y gravas en los lechos de ríos y arroyos, su nombre: Juan José, mejor conocido como Juancho.

Este singular personaje era muy conocido y respetado en los alrededores y estaba construyendo su casa en unas tierras que había arrendado en el Ejido de El Ahorcado, colindante con las tierras de El Venado. Tal vez por sus actividades, Juancho se pasaba grandes temporadas a solas en el desierto, acompañado por una mula prieta y un perro que no se le separaba para nada. Con el minero, Andrés comentó el asunto de la ampliación de la Capilla y Juancho se apuntó como benefactor para la construcción; quería hacerlo por la memoria de sus padres, fieles devotos que habían fallecido sin el auxilio espiritual que hubiesen deseado, pues al padre lo asesinaron y la madre murió de muerte natural en su jacal, en una hacienda de beneficio, de tal suerte que Juancho me fue pagando las vigas que yo labraba para sostener el techo de la ampliación.

En alguna ocasión, después de compartir los alimentos en el almuerzo y reposando la comida antes de volver cada uno a su trabajo, salió a la plática la cuestión política, referente a la inminente toma de posesión del General Ávila Camacho. Juancho me comentó que a él, en lo personal, le tenía sin cuidado quien llegara a Presidente, pues de cualquier manera a ellos no los beneficiaría, ni uno, ni otro. En algunas rancherías por las que había pasado, ni siquiera estaban enterados que el General Cárdenas estaba a punto de dejar la presidencia, pues tampoco habían sido convocados a elecciones, bueno, ni siquiera sabían qué era aquello. Solamente en La Concha estaban enterados, pero la gente menuda ni siquiera había participado en la elección, si acaso algún diario oficialista mencionaba que había habido una gran “participación ciudadana”

Además, el carácter reservado de Juancho no era para convivir con muchas personas. Era amable y atento, nunca se le escuchó maldecir o decir palabras altisonantes, pero prefería vivir solo en el desierto, que convivir con personas a las que no tenía absoluta confianza. Ya por esos tiempos tenía interés en una chica de El Ahorcado, con la que tiempo después se casaría, Josefina, se llamaba esa joven que le había atrapado el corazón.

El hijo de Andrés, Rosendo salió aplicado para la escuela y haciendo un gran esfuerzo lo mandó a estudiar a Zacatecas, viviendo con unas tías, primas de Eufrosina. Ernestina, su hija, como se estilaba entonces, permaneció en el pueblo, aprendiendo de su madre el cuidado de la casa y la atención a su padre; había terminado la escuela primaria gracias a la paciencia y cariño de Don Erasmo, el Maestro que por buena suerte había llegado a El Venado y se había encariñado con los niños del lugar.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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