Por el Mtro. Fernando Reyes Baños


Los women´s studies y los estudios de género destacan el tema del poder como aspecto constitutivo de la identidad masculina.

Kaufman afirmó en 1997 que: “El deseo de poder y control forma la parte fundamental de nuestra noción de masculinidad y también la esencia misma del proyecto de convertirse en hombre” (citado por Ramírez & García, 2002, p. 6), tales palabras no significan empero, que todos los hombres sean poderosos o traten de serlo porque, evidentemente, existen hombres subordinados a otros hombres o incluso a mujeres, significa en cambio “…que el poder de la masculinidad se construye y se expresa en forma desigual en las relaciones homosociales y se articula con las desigualdades existentes en las sociedades (desigualdades sociales, económicas, políticas, etc.)” (Ramírez & García, 2002, p. 6).

Este acceso diferencial de los hombres al poder y al control, que los ubica en algún punto de una estructura jerárquica en la sociedad, implica la consideración de múltiples masculinidades, las cuales emergen, se transforman, desaparecen y vuelven a emerger al cabo del tiempo, representando la sexualidad de los hombres y su forma de relacionarse con las mujeres (y otros hombres) de diferentes maneras en cada contexto cultural; en contraposición con la visión no unitaria de las masculinidades, destaca el modelo de la masculinidad hegemónica, estereotipo de género que atribuye una serie de creencias y suposiciones al grupo de los hombres o a las características de masculinidad que éstos desarrollan, que favorece representarlo como un grupo homogéneo, totalmente diferente a otros grupos (Barberá, 2004) y, principalmente, con un estatus superior al grupo de las mujeres o, como lo explica Ortiz (2004) cuando alude al concepto de androcentrismo, a cualquier símbolo definido como femenino. Esta jerarquía entre los géneros “… explica la supremacía de los hombres que se apegan más al modelo dominante de masculinidad sobre aquellos que no se apegan a él” (Ortiz, 2004, p. 166), entre los cuales podría incluirse a los homosexuales, a quienes históricamente se les ha estereotipado de manera errónea como solamente femeninos, y que por haber renunciado aparentemente al “privilegio de ser hombres” (Vázquez & Chávez, 2008, p. 84), “merecen” recibir de parte de los hombres que se identifican con las atribuciones “naturales” de la masculinidad hegemónica, que los etiqueten de antinaturales, desviados o ambas cosas (Díaz, 2004); tales etiquetamientos (entre otras formas de discriminación), en una sociedad donde está prohibida la manifestación de todo lo femenino en los hombres que la conforman, provocan que los homosexuales tengan que afrontar el conflicto de asumirse como seres distintos (de acuerdo a los valores hegemónicos no son hombres, están cerca de lo femenino, pero tampoco son mujeres), “sensación que se incrementa en ocasiones por el rechazo y las actitudes de desprecio del entorno” (Díaz, 2004, p. 9). Mathison (1998) comenta que, en Estados Unidos, las autoridades escolares pueden castigar o, inclusive, expulsar a un estudiante blanco por llamar “negro” (nigger) a un estudiante de color, pero si un estudiante llama a otro “maricón” (fagot) por su aspecto femenino no recibe castigo alguno, por lo que la autora se cuestiona a sí misma sobre el perjuicio que esto puede tener para los estudiantes que forman parte de esa minoría: ¿cómo pueden responder adecuadamente profesores, tutores y otros estudiantes a esa minoría?, ¿cómo trabajar con los prejuicios propios para trabajar, de manera óptima, con todos los estudiantes?, ¿cómo hacer el aprendizaje más significativo para todos y cada uno de ellos?, etc.

Lo anterior apunta, efectivamente, a una “división del mundo” promovida simbólicamente por la diferenciación sexual que una cultura determinada hace de los miembros que la constituyen (Díaz, 2004), división simbólica que representa una realidad caracterizada por relaciones de poder que limitan, condicionan o influyen el comportamiento de las personas y que el feminismo, dada la posición que las mujeres ocupan en la sociedad con relación al hombre, denunciara desde los años setenta, incentivando una serie de estudios alrededor de la mujer conocidos en occidente como women´s studies (Fernández, 2004).


Referencias
  • Barberá Heredia, E. (2004). Perspectiva socio-cognitiva: estereotipos y esquemas de género. En E. Barberá e I. Martínez Benlloch (Eds.). Psicología y género. España: Pearson Prentice Hall.
  • Díaz Álvarez, M. (2004). Homosexualidad y género [Versión electrónica]. Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), 11(31), 1-12.
  • Fernández Llebrez, F. (2004). ¿"Hombres de verdad"? Estereotipo masculino, relaciones entre géneros y ciudadanía. Foro Interno, (4), 15-43. Recuperado: Septiembre 15, 2010, de Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense.
  • Mathison, C. (1998). The Invisible Minority: Preparing Teachers to Meet the Needs of Gay and Lesbian Youth [Versión electrónica]. Journal of Teacher Education, 49(02), 151-155.
  • Ortiz-Hernández, L. (2004). La opresión de minorías sexuales desde la inequidad de género. [Versión impresa]. Política y cultura, (22), 161-182.
  • Ramírez, R. y García Toro, V. (2002). Masculinidad hegemónica, sexualidad y transgresión [Versión impresa]. Centro Journal, 14(1), 5-25.
  • Vázquez García, V. y Chávez Arellano, M. E. (2008). Género, sexualidad y poder. El chisme en la vida estudiantil de la Universidad Autónoma Chapingo, México. [Versión electrónica], Estudios sobre las Culturas Contemporáneas, 14(27), 77-112.



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