De lo discutible...

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Por el Mtro. Rodrigo Juárez Ortiz


El afán constante, inveterado y general del ser humano por acceder a la verdad (no a la llamada verdad absoluta propia de las ideologías, ya sea políticas o religiosas), pero sí a la verdad objetiva, aquella que tiene necesidad racional y exigibilidad universal, lo ha hecho activar, a través de la cultura, mecanismos lógicos que le permitan la creación gnoseológica, partiendo del principio de que conocer es crear, no reproducir.

De esta suerte, la cultura, que no es otra sino la creación humana, manifestada en la ciencia, el arte, la técnica, la religión, la política, etc., se presta a la creatividad constante y permanente, mejorando cada vez mas los métodos de conocimiento, así como las premisas fundamentales de toda investigación seria y objetiva, como dijimos antes.

En este sentido, la verdad que se deriva de la aplicación del método adecuado para conocer de cierta parcela del conocimiento, la cual debe ser indubitable para darle certidumbre al mismo, tiene que partir de la experiencia, es decir, de la observación previa del fenómeno para despejar la aporía de que se trate.

Estos fenómenos se dan enmarcados en el tiempo y el espacio, para su mejor ubicación, sin perjuicio de que en cuestiones de las ciencias sociales, es fundamental el entorno en que suceden los hechos u objetos de conocimiento por explicar, v.gr.: el entorno social, económico, político, jurídico, cultural, etc., lo que va conformando la realidad motivo de estudio.

Actualmente estamos inmersos en una fiebre emocional por motivo de la celebración del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, efemérides fundamentales para entender, comprender, explicar y, en su caso, justificar al México actual, al México de hoy.

En esta tesitura, ya sabemos que pensamos, sentimos y queremos diferente de nuestros connacionales de hace doscientos y hace cien años, así como el que no lo hacemos igual los norteños, los sureños o los centro mexicanos, sin embargo, tenemos (quiero creer, todavía) un denominador común que es el amor a la Patria, a nuestros símbolos patrios, a nuestro sentido de pertenencia a una sola nación que es México, el alfa y omega de nuestra nacionalidad y de la cual todos estamos o deberíamos estar orgullosos.

Debimos haber vencido y superado infinitud de obstáculos, se han cometido muchos abusos, pero también se han logrado grandes objetivos que como pueblo nos hemos propuesto, a pesar de las traiciones y politiquerías retardatarias que se sustentan en las mentes obtusas, tradicionalmente reacias al progreso, a la apertura de mente, a la libertad democrática, al desarrollo, lo cual no aceptan si no es bajo sus condiciones obscurantistas y medievales.

Es el caso que ayer, 24 de febrero, celebramos a nuestro lábaro patrio, la bandera nacional, uno de los símbolos de nuestra nacionalidad, que junto con el escudo y el himno, forman la triade que nos identifica y nos une como mexicanos.

Es obvio que muchos respetados comentaristas e historiadores se han encargado de hacer la reseña del origen de nuestro lábaro patrio (que no es un “pedazo de trapo” como dicen algunos y por ello no le rinden honores a pesar de que es un mandato legal), y por eso no lo haremos, pero sí, para variar, con el ritmo que han tomado quienes pretenden “desmitificar” a los héroes epónimos de nuestra patria o de minimizar sus acciones, se dan versiones no siempre comprobables sobre muchos eventos. Al respecto todos conocemos el origen de nuestra bandera, el sastre, la sandía, las Tres Garantías, Guerreo e Iturbide, así como su evolución, pero esto también se ha prestado a cuestiones polémicas, toda vez que hay quien afirma que cuando Guerrero le propuso a Iturbide que la bandera llevara los colores verde, blanco y rojo, éste lo pensó un poco y estuvo de acuerdo porque salvo el verde que substituía al azul, le hizo recordar los colores azul, blanco y rojo de la bandera del Regimiento de Celaya, del cual fue jefe Iturbide, cuando era Coronel y se basa en el escudo de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de la Purísima Concepción de Zelaya, otorgado en 1669 por Felipe IV, y que por eso suponen que la bandera nacional se hizo en la ciudad de Celaya, Guanajuato, por razones de seguridad para Iturbide por correr riesgos al estar los dos ejércitos juntos en Iguala. ¡Me doy!

Habría que profundizar más, por parte de algún estudioso de la vexilología para comprobar o desvirtuar tan peregrina tesis. Sin perjuicio de que estos colores ya los usaban los mexicas para sus banderas. O usted, curioso lector, ¿qué opina?



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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