Rendir cuentas

4

Por María Ascensión Rivera Serván


La lluvia resbalaba por los cristales arañándolos. Gotas fuertes que lo golpeaban furiosamente. Blanca tuvo miedo de que fuese a romperlos pero como por arte de magia, la lluvia arreció. Un desagüe chorreaba agua copiosamente en la calle.

Había quedado tan impactada en su encuentro con Rafael que no podía dejar de pensar en él. Era una sombra desgastada y alargada de lo que antaño fue. ¡Dios! ¿Cómo pueden pasar estas cosas? Una sentencia cruel habló en su cabeza. Definitivamente es en esta vida donde ¡todo se paga y con creces!

Se acordaba de aquellos tiempos de su niñez. Incluso llegó a gustarle a ella también pero su narcisismo, su adoración al ego, su prepotencia y arrogancia dieron al traste con su incipiente enamoramiento. Definitivamente aquel muchacho no merecía la pena. Un cuerpo musculoso, unos ojos que te electrizaban, una boca atrayente que sin hablar se insinuaba. Pero todo se quedaba ahí, en su lindo cuerpo porque dentro de su corazón solo albergaba malos sentimientos y la creencia de que todo el mundo tenía que complacerle. Jamás se molestaba por nada ni por nadie.

El asistía a la Escuela en un curso superior al suyo. Tenía dos años más que ella pero la madurez de un mosquito. Por si fuese poco, siempre iba con su patinete.

Cuando salían al recreo se subía en él y comenzaban sus fechorías en el patio. Lo primero que hacía era pasar al lado de Eva y en su carrera le quitaba el bocadillo. Acto seguido lo tiraba a la papelera. Luego seguía avanzando y en su camino siempre se llevaba a alguien por delante que acababa herido en la enfermería del Colegio.

Eva era una chiquilla que presentaba un retraso mental. A él le gustaba hacerla correr hasta quedar exhausta y al mismo tiempo le levantaba la falda o el vestido cada vez que la chica estaba a su alcance. Cuanto más hablaban los profesores y el Director con sus padres más trastadas hacía él. Blanca recordaba una en la que le tocó a ella la peor parte.

Tenían que asistir a una clase de ballet y ya estaban todas sus compañeras en la fila con sus mallas blancas. Aquél día también llovía y el patio estaba totalmente encharcado. Rafael había tomado su bolsa del bocadillo y la había llenado del barro formado alrededor de los pocos árboles plantados. Con su patinete odioso pasó al lado de las chicas y arrojó todo el contenido contra ellas. Blanca era la última de la fila y la primera que recibió el pastel. La puso desde arriba hasta abajo totalmente llena de lodo.

El tiempo y los cursos fueron pasando hasta que abandonaron el Colegio para ir a la Universidad y ya no volvió a saber de él hasta hacía unas pocas horas.

Al doblar la esquina, cerca de su casa, literalmente tropezó con una silla de ruedas que empujaba una chica joven. Tuvo que apoyarse en la pared para no caer encima del muchacho que estaba sentado en ella. Blanca se quedó pegada a esa pared durante mucho tiempo. ¡Era Rafael y ni siquiera la había reconocido!

La cabeza torcida y su boca, aquella preciosa y anhelada boca tenía una espantosa mueca chorreando babas que le caían en un hilillo constante sobre la camisa abierta. Sus ojos tan azules y profundos estaban hundidos y apagados, perdidos en el espacio en un punto fijo, mirando sin ver y atrapados en otro mundo.

Cuando pudo recuperarse no le quedaron fuerzas para hacer las cosas que quería y totalmente desganada volvió a casa y lloró.

La lluvia golpeaba de nuevo los cristales. El timbre del teléfono la sacó de sus pensamientos. Ahora ya sabía la verdad. Rafael se había estrellado en el fondo de la piscina que había en el gimnasio donde diariamente trabajaba sus músculos. Hacía ya cuatro años. Era un día como los demás para él, pero con la cruel diferencia de que aquél la piscina no tenía agua.

4 Comentarios:

Anónimo dijo...

Estupenda historia donde las cuentas se rinden aqui en esta vida. Siempre me gusta leerte. Un abrazo.

Anónimo dijo...

MUY BUENA historia MARY, me ha gustado muchisimo
besitos
zaidena

Mª Ascensión dijo...

Gracias anónimo. Pero cuánto me gustaría saber tu nombre.

Mª Ascensión dijo...

Zaidena, mi querida amiga... no creo que existan las casualidades.Donde quiera que estés, gracias amiga mía. Un abrazo



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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